martes, 2 de diciembre de 2008

Competición y rivalidad entre comunidades religiosas



D. Alessandro Vanoli dedicó también parte de su exposición a comentar ampliamente las implicaciones políticas, y en ningún caso inocentes, de las traducciones del árabe por parte de judíos y cristianos en la Península Ibérica. Para no entrar ahora en la primera fase de este proceso, que habría que remontar a las traducciones siríacas y árabes del corpus científico y filosófico griego, antes y durante el auge del Islam en Oriente, me conformaré con recoger aquí unas notas del taller, reescritas según mis propias ideas. Lo primero en mi opinión es la importancia de valorar en toda su dimensión el pragmatismo de las traducciones judías y cristianas. Lo único que se traduce es lo útil, que no es exactamente lo mismo en ambos casos ni en los sucesivos siglos (sobre todo del XI al XV). Para los judíos, será fundamental en su primer proceso traductor importar la literatura árabe, y crear así un corpus de literatura que asiente una identidad cultural que no transmita ninguna inferioridad con respecto a la árabe. Los cristianos, en esa época, ya tienen una literatura latina con un corpus profano amplísimo y que sanciona también la palabra divina, y no necesitan pues traducir la literatura árabe. Pero sí necesitarán traducir ciencias, contando con la mediación de la cultura sefardí para ello, y apropiarse de la medicina, el saber político (espejo de príncipes) y el racionalismo de los árabes (Averroes). La traducción no es en época medieval un ejercicio ni de diplomacia, ni de diálogo, ni mucho menos de cosmopolitismo, por supuesto. Es la manifestación más eficaz del empeño dirigido y tutelado por agentes políticos (y la realeza ante todo) para competir con el rival cultural, identitario y geográfico. La traducción es síntoma de vitalidad, pero no de aperturismo armonioso, sino de ambición colectiva y supremacista en un marco de dicotomías exacerbadas.

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